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Entrevista: ¿Qué es el Anillo Música y Patrimonio y cuáles son sus principales objetivos?

20 / 09 / 2023
Rodrigo Cádiz y José Manuel Izquierdo, directores de Animupa. Foto: Mila Belén.

Rodrigo Cádiz y José Manuel Izquierdo, directores del primer proyecto Anillo sobre música financiado por ANID, explican en esta entrevista cuáles serán sus líneas de trabajo y cómo esperan contribuir a las políticas culturales del país.

El Anillo Música y Patrimonio (Animupa) fue presentado públicamente en junio de 2023 en el Centro Cultural Gabriela Mistral y desde entonces ha realizado tres actividades públicas: un encuentro de sellos discográficos, una mesa redonda sobre archivos musicales y un simposio acerca de musicología y patrimonio. En paralelo, sus investigadoras e investigadores han desarrollado diversos proyectos, ofreciendo charlas y conciertos y participando de actividades en Chile y el extranjero.

Financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, el proyecto -originalmente titulado Chilean Art Music: Cultural Practices as Heritage- se desarrollará durante tres años y es dirigido por dos académicos del Instituto de Música de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC): el compositor e ingeniero Rodrigo Cádiz y el musicólogo José Manuel Izquierdo.

Ambos trabajan en conjunto con un equipo que conforman las investigadoras principales Daniela Fugellie, directora del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado (UAH); y Eileen Karmy, académica del Departamento de Artes Integradas de la Universidad de Playa Ancha; y el investigador asociado René Silva, compositor y académico de la Facultad de Arquitectura y Artes de la Universidad Austral de Chile (UACH). A ellos se suman los investigadores posdoctorales Pablo Soto y Nayive Ananías, un grupo de seis tesistas y colaboradores en diversas áreas.

En esta entrevista, Rodrigo Cádiz y José Manuel Izquierdo explican los orígenes de Animupa y abordan sus principales desafíos. 

¿Cuál es el origen de este proyecto?

Rodrigo Cádiz: De alguna forma, partió con la tesis doctoral de René Silva, de la que fui profesor guía. Si bien no se trata de música clásica, sino sobre organillo chileno, usamos una aproximación basada en teorías de patrimonio. Estaba el antecedente de estudiar algo relacionado con música no solo desde una mirada de la musicología o la composición, sino desde otras teorías, y pocos meses después apareció el llamado de los proyectos Anillo, con una línea de patrimonio cultural. Llamé a René para que postuláramos una extensión de su tesis porque, aunque no somos expertos en patrimonio, era una oportunidad para afinar un proyecto. René me dijo que invitáramos a José Manuel Izquierdo, que a su vez sugirió a Eileen Karmy, y luego se sumó Daniela Fugellie. Nos juntamos a conversar y se amplió la temática a todo el ecosistema de la música clásica, que me parece que fue un acierto. Así ganamos el proyecto.

José Manuel Izquierdo: Lo interesante fue buscar personas que estuvieran trabajando la idea de patrimonio desde distintos lugares. Por ejemplo, Rodrigo me dijo desde el primer minuto que, al hablar de patrimonio, una preocupación era cómo se preservan los tipos de música experimental que él trabaja, que no tienen que ver con una partitura. Por otro lado, René es compositor y está trabajando con obras basadas en patrimonio. Daniela estaba desarrollando bases de datos de músicos, sobre todo del siglo XX, más bien vivos. Eileen estaba investigando la memoria más territorial de Valparaíso. Es decir, la idea era reunir gente que de otro modo quizás no se juntaría, porque sus proyectos son distintos, y buscar un eje común que los haga dialogar.

RC: También había cosas forzadas por la postulación. Por ejemplo, necesitas tener proyectos Fondecyt previos, entonces no puedes invitar a cualquier persona, y tratamos también de tener cierta paridad de género. La idea era reunir gente que tuviera investigaciones con temáticas afines, pero no tan afines, porque el objetivo del concurso justamente es asociar personas que de otra manera no trabajarían juntas y que puedan hacerlo de forma interdisciplinaria.

No es fácil ganar un proyecto Anillo, entonces tenemos una gran responsabilidad porque patrimonio no es nuestra especialidad, pero tenemos experiencia en el tema que estamos abordando, la música clásica, que tiene muchas aristas. Por otro lado, me gustaría realzar la calidad de las tesis que se hacen en el Doctorado en Artes de la Católica. No es que el proyecto se ganó por la tesis, pero ese trabajo permitió reflexionar un poco más y plantear algo más ambicioso.

Es la primera vez que un proyecto Anillo está enfocado en música. ¿Cómo valoran eso?

RC: Es un hito. Significa que ANID está considerando cosas más artísticas como objeto de estudio. También está el Núcleo Milenio en Culturas Musicales y Sonoras (CMUS), con quienes tuvimos un lanzamiento en conjunto, pero los Núcleos Milenio funcionan con otra lógica.

¿Cómo se conforma el resto del equipo?

RC: Un objetivo del Anillo es formar personas, entonces se contratan investigadores posdoctorales. Nosotros hicimos un concurso, lo ganaron Nayive Ananías y Pablo Soto, y también tenemos tesistas de magíster y pregrado. Además, hay recursos para personal técnico o personas que hacen tareas específicas. Así se incorporó Louis Leclerc, que es experto en ingeniería de datos o big data. Es decir, es especialista en obtener datos, manipularlos y extraer información de ellos. Por otra parte, Ignacio Rivera es la persona más vinculada al archivo, a buscar las fuentes, ayudar a procesar los datos e interpretarlos. Todo esto es importante para nosotros porque es muy útil saber el estado de situación con números: ¿cuántos conciertos se hacen en Chile? ¿Dónde? ¿Quién los financia? Ese tipo de preguntas son relevantes y solo las podemos responder bien si tenemos datos.

Equipo de investigadores de Animupa: Eileen Karmy, Rodrigo Cádiz, Daniela Fugellie, José Manuel Izquierdo y René Silva. Foto: Mila Belén.

Habitualmente se habla de “música clásica”, pero también se utilizan conceptos como “docta” o “de tradición escrita”. En este proyecto ustedes usaron “música de arte”. ¿Por qué escogieron esa idea?

RC: Es una cosa práctica y simple. El proyecto se postuló en inglés y en el mundo anglosajón no existe la música “docta”. Sí existe la música “clásica”, classical music, pero generalmente se refiere al periodo clásico: Mozart, Haydn y Beethoven. Se usa mucho art music, entendida como una música que está fuera de lo comercial, fuera de lo popular, pensada como una experiencia artística en el sentido tradicional, una cosa que a veces no se entiende mucho, no es inmediata, requiere tiempo y dedicación, etc. En inglés nadie cuestiona mucho art music, pero en castellano eso se conoce con nombres raros: música clásica, docta, académica. Quizás lo más razonable sería hablar de música de tradición escrita, pero hay cosas que quedan fuera: la música electroacústica no tiene partituras, está escrita en un software o en un archivo de audio, entonces ahí nos metemos en las patas de los caballos. Mi apreciación es práctica, pero el problema es que por lo general no se entiende a qué nos referimos con música de arte.

JMI: Es verdad, pero nos podemos dar la oportunidad de discutirlo. En español, la palabra “arte” está cerca de “artesanía”, mientras que en inglés está conceptualmente más cerca de fine arts, bellas artes. Dentro de esa valoración, suena inmediatamente elitista cuando estableces que solo una cosa es arte. En realidad, en inglés se están planteando otros problemas. Más bien se entiende como arte lo que tiene que ver con ciertos valores, cómo es financiado, cómo está generado y, sobre todo, con una capacidad de alto rendimiento de los profesionales que se dedican a ello, una dedicación exclusiva. Eso es central y la mayoría de los libros que se dedican a conceptualizar el problema hablan de eso. La “música de arte” tiene ese sentido, una cuestión de dedicación exclusiva, con una tradición y un montón de valores, un nivel de perfeccionismo, ciertos criterios sociales y económicos que la rodean. El proyecto también quiere abrir esa discusión. ¿Quizás, en la actualidad, esto es más amplio de lo que se podría pensar? En ningún caso buscamos decir que otras cosas no son arte, sino que tiene que ver con esa tradición discursiva de las bellas artes.

Claro, pero “música de arte” puede percibirse como algo despectivo incluso…

JMI: En los últimos 30 años, la descripción de la palabra “arte” en español se ha ampliado mucho. Todo puede ser arte. Eso no tiene nada de malo ni bueno, solamente es un problema conceptual, pero el proyecto viene del inglés. Lo discutimos tanto y es muy difícil llegar a una palabra. Además, hay otras palabras que son muy chilenas y también vale la pena discutir eso. Por ejemplo, se entiende esto como “música académica” porque durante el siglo XX generalmente se desarrolló en las universidades, pero esa palabra no se ocupa en otros lugares.

José Manuel Izquierdo junto a Rodrigo Cádiz, en el lanzamiento oficial de Animupa. Foto: Mila Belén.

También han planteado que el proyecto pretende estudiar esta música como algo relacionado no solo con obras y partituras, sino también con otras dimensiones de la música. ¿Por qué era importante esa mirada y cómo piensan desarrollarla?

JMI: Como dijo Rodrigo, hay tres objetivos grandes: uno que tiene que ver con nuestros propios intereses y cómo van dialogando, otro es formar capital humano y un tercero se relaciona con el impacto público. En ese tercer objetivo trataremos de entender un ecosistema donde hay muchas prácticas y maneras de hacer música. No solo se trata de salir de obras y compositores, también es salir de la idea de que la música clásica es la Orquesta Sinfónica Nacional, la Orquesta Filarmónica de Santiago y el Teatro Municipal de Santiago. Son espacios que tienen una larga institucionalidad y están financiados, incluidas además las universidades de Chile y Católica, pero hay que entender que es un sistema mucho más amplio. Hay fundaciones privadas, cada una con sus propios objetivos. Hay grupos que se juntan a hacer música. Está todo el ecosistema de música de cámara, de electrónica, de música antigua, que funcionan en otros planos, con distintos mecanismos de financiamiento y algunos sin financiamiento. Tenemos que entender que ese ecosistema es mucho más complejo que esa primera foto de la música clásica en Chile, que serían dos grandes orquestas, un teatro de ópera y un par de conservatorios.

RC: Yo soy compositor y por supuesto que me interesan las obras, pero no podría negar lo que dice José Manuel. Creo que esa es una forma errada de aproximarse, sobre todo, a definir políticas públicas. ¿Qué financia el Fondo de la Música, por ejemplo? Creación de obras. ¿Por qué no financia ensayos de un cuarteto de cuerdas, por ejemplo? Todo está medido en base a una cosa concreta y tangible: la partitura, la grabación. Eso no está mal, pero no es lo único. ¿Por qué no financiar un ecosistema para que naturalmente se creen obras, por ejemplo? Sería fantástico aportar en ese campo. Para eso necesitamos estudiar el problema y quizás son necesarios estos tres años de un trabajo académico. Estamos en eso.

JMI: La narrativa sigue siendo que funciona el modelo de mediados del siglo XX, que está basado en el financiamiento estatal de obras y espacios que puedan ofrecer esas obras, como orquestas y coros. Es importante cuestionar si eso realmente funcionó. O sea, se estrenaron muchas obras, pero la gran mayoría ha tenido poca vida después, no hubo un seguimiento. Durante los últimos 30 años estuvo también el modelo de Fundación Beethoven, es decir, una fundación privada a la que le interesa una democratización muy pasiva: traer excelentes músicos de afuera y que el público pague una entrada. Corpartes mantuvo eso después. A nivel de orquestas, uno de nuestros tesistas, Diego Caris, está justamente trabajando en cómo influye el modelo de financiamiento en su programación. Hay tres maneras de financiar: el financiamiento basal, por así decirlo, de la Sinfónica y la Filarmónica; el financiamiento con glosas presupuestarias del Ministerio de las Culturas para otras orquestas; y las demás que tienen que postular a fondos que pueden ganar o perder. La idea es generar datos duros, para ir más allá de nuestras opiniones.

La actividad más reciente de Animupa: el simposio Musicología y Patrimonio, que incluyó una charla de Susan Campos Fonseca. Foto: Mila Belén.

¿A qué se refieren cuando hablan de incidir en políticas públicas? ¿Cómo podría concretarse eso?

RC: El proyecto Anillo no pide esto, pero creo que algo que nos permitió ganar fue que declaramos explícitamente nuestro interés en influir en políticas públicas. Eso no significa que el Ministerio de las Culturas nos haga caso en todo lo que recomendemos, pero por lo menos queremos hacer el ejercicio: entregar un libro con lo que proponemos, para que lo estudien, basado en tres años de investigación y en datos. Para mí, lograr eso sería un sueño, mostrar un estado de situación y proponer líneas de acción. Como los proyectos Anillo no se pueden renovar, posteriormente la única opción sería ganar otro proyecto o transformarnos en un instituto, una unidad o un observatorio, por ejemplo, que nos permita continuar trabajando. A mí me gustaría que esto fuera más allá, pero por ahora es solo un deseo.

JMI: Como académicos, nuestro rol es entregar insumos para las decisiones sobre políticas públicas, no tomarlas nosotros. Creo que otro aporte de este proyecto son los seminarios que ya hemos comenzado a hacer, que van a generar un montón de material, y este sistema de datos que estamos trabajando. Hay varias maneras en que podemos dejar que esos materiales queden a disposición de distintas personas y ese es un objetivo importante para el final del proyecto.

RC: Ojalá que haya gente que vaya a los seminarios, nos proponga escribir cosas juntos, etc. Está la voluntad para que esto sea un espacio abierto y para colaborar con todo el mundo.